Se trata de un poblado fortificado delimitado por una potente muralla perimetral de piedra irregular colocada a seco, de entre 2 y 2’5m de alto y hasta 4m de anchura, que completa las defensas naturales que ofrece la fuerte pendiente hacia el río Sil por el norte y oeste. Por el sur y el este, siendo los lados más vulnerables, carece de hoyo defensivo. En las excavaciones llevadas a cabo en 2014 no se encontraron restos de construcción en su interior, pero sí cerámicas datadas entre los año 1.000 y 400 antes de C., encuadrándose en el Bronce Final, lo que sitúa el castro en los orígenes de la cultura castreña. Ofrece un amplio dominio sobre el cañón del Sil, sobre el Monasterio de Santa Cristina y controla el único paso natural del río desde Lemos, hacia la aldea de Portela.

En la explanada este exterior del recinto se localizó una pequeño afloramiento rocoso con grabados rupestres en forma de corvinas o cazoletas en cierta alineación, alguna de ellas unidas por un pequeño surco.