Descripción
La Ría de Corcubión diseña una forma de arco
que se estira hacia el sur. Presenta una forma abierta,
siendo, en realidad, una amplia ensenada protegida
por el apéndice pétreo del Cabo Fisterra que al
alargarse hacia el sur, cierra un espacio marino.
Las rocas graníticas vuelven a condicionar el
paisaje. El roquedo se manifiesta de manera nítida y,
al mismo tiempo, cambiante. En el Monte Pindo,
dominan las formas labradas en la roca granítica
-concretamente granodiorita-. Sobre unos pocos
kilómetros se escalona en altitud picachos rocosos,
simulando castillos apuntillados, lajas alargadas,
cúpulas redondeadas, figuras de seres fantásticos,
pedregales... Además, desde su cima, en A Moa, a
más de 600 metros de altitud, se contempla una vista
increíblemente hermosa, con la aldea de O Pindo a
sus pies y el Cabo Fisterra al fondo.
En medio de este paraje excepcional, se precipitan
las aguas del río Xallas. La Fervenza, en Ézaro, es sin
duda uno de los rincones más espectaculares de la
costa gallega. La construcción de embalses cerca de
su desembocadura arriba, permite verla en
funcionamiento algunos días al año pero, pese a ello,
se puede admirar un rincón de gran belleza.
Hacia el oeste, en el Cabo Fisterra el granito es
diferente y las formas también. La presencia del mar
y del faro que orienta con luces y sonido a los navíos
para evitar más tragedias, ha creado un mundo de
mitos y magia que se dan de mano en el recinto de
San Guillermo. Todo motiva que, como los antiguos
legionarios de Roma, los viajeros que se acercan hasta
allí esperen el momento mágico en el que aparece el
"rayo verde".
Y, hacia el sur, la roca destruida por el paso del
tiempo y transportada por las aguas se acumula en el
arenal de Carnota, el más extenso de Galicia, con
ocho km de longitud, que se extiende entre las puntas
de Caldebarcos y Nosa Señora dos Remedios. Playa y
dunas cierran áreas hidromorfas como la Boca do Río,
en el que las formas graníticas sobresalen del agua.
Por otra parte la permanencia de ritos de
fertilidad en piedras de Fisterra -el fin de la tierra y el
comienzo del mare tenebrosum durante siglos de
cultura- son rasgos que hablan de la pervivencia de
las tradiciones en estos lugares.
Pero la piedra se transforma por la mano del
hombre. Fruto de ellos son las pequeñas aldeas que
salpican el litoral así como las villas de Fisterra,
Corcubión y Cee. Marineras las dos primeras,
industrial la tercera, contienen en su interior
hermosos edificios en los que destacan las galerías
acristaladas o los edificios flanqueados por
soportales.