Más allá de la ría de Muros e Noia, de manera especial al norte de Fisterra, se extiende un tramo de costa brava y variada. En medio de tramos rectilíneos, en los que se encadenan amplios arenales, como Carnota, Razo, O Rostro o Baldaio, se alzan abruptos acantilados, como los de  Cabo Vilán o Roncudo, o pequeñas rías, como las de Corcubión, Camariñas o Corme e Laxe. En el frente costero, muy cerca de tierra, se asientan islas, como las Sisargas.

El apelativo de Costa da Morte viene del trágico hecho de que cientos de barcos encallaran en sus bajos pedregosos quedando sepultados por sus aguas. Ello ha motivado que un río de leyendas sobre naufragios perdura en la memoria colectiva.

En sus playas se puede encontrar todavía la soledad, teniendo un mar bravo y fuerte como testigo. Las s e ctiva. pequeñas sierras que se alzan en la costa dan cobijo a aldeas de belleza extraordinaria que, vistas desde lontananza, semejan minúsculas motas de color pintadas en las laderas.

El viajero que se acerque a la Costa da Morte, bien por tierra, bien por mar, se encontrará con un paisaje marcado por los contrastes. Hallará pequeñas rías o minúsculas ensenadas y amplios arenales a los que se asoman impresionantes paisajes pétreos entre los que sobresalen el monte Pindo o los montes de Traba. caminará por entre campos de maíz que le envuelven con su manto de verdor en los que sobresalen los hórreos, algunos de bella factura como los de Carnota, Lira o Moraime.

Además, el amante de la naturaleza podrá admirar lagunas, protegidas por amplios complejos dunares, como las de Xuño, Traba o Baldaio, en las que su fauna y su flora las convierte en lugares privilegiados.

Pero la Costa da Morte es también sinónimo de intensa religiosidad monopolizada por la Virgen del Carmen, en todos y cada uno de los puertos marineros, el  Santo Cristo de Fisterra o la Virxe da Barca, en Muxía. Folklore impregnado de ánimas en pena que deambulan sin pausa en busca del descanso eterno.

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