Esta ruta acompaña al río Miño y a la historia que corre paralela a sus aguas hasta el lugar donde las tributa al mar para ascender luego por el recto trecho de la costa gallega más meridional.

En los poblados de los castros de Santa Trega y de Troña evocaréis la vida de nuestros antepasados.

Los rituales de fertilidad estuvieron vinculados al puente románico de A Ramallosa y al río Miñor hasta hace pocos años.

Día 1º

Comenzamos nuestra ruta por la monumental e histórica villa de Tui, situada justo en el extremo interior del estuario del río Miño.

En el pasado, fue capital de una de las siete provincias gallegas, hasta que se llevó a cabo la división actual, e importante asentamiento en todas las épocas de la historia, así como objeto de asedios por su situación estratégica.

De hecho, en el auge de la Edad Media, fue centro religioso, económico, militar y comercial del sur de Galicia. Durante este esplendor, dio comienzo también la construcción de la catedral en lo alto de la ciudad, que se prolongó hasta el siglo XIV.El mejor premio a un relajante paseo por su centro histórico es, precisamente, visitar la mencionada sede, conocida como la catedral-fortaleza de Santa María, así llamada por su carácter defensivo. Aquí os encontraréis de frente con la puerta occidental del templo. Esta entrada, tallada en el s. XIII, es la composición iconográfica más importante del arte gótico gallego. Es fácil distinguir este estilo y el románico en el interior de la catedral como consecuencia de la duración de las obras. Su  claustro, otra joya del gótico gallego, es uno de los pocos de origen medieval que se conservan enteros en Galicia. Concluid el paseo con una espléndida vista desde la torre de los Soutomaior. Y si durante el recorrido habéis visto alguna grieta en las bóvedas, no os preocupéis; llevan ahí desde el terremoto de Lisboa de 1775..

De regreso al exterior, en el lado norte de la catedral, entrad en el Museo Diocesano de Tui donde hallaréis unos curiosos objetos que es posible que os den escalofríos: se trata de la única colección de “sambenitos” que se conserva en España. El término procede de ‘saco bendito’, que era una especie de gran escapulario con forma de poncho que utilizaba la Inquisición para humillar a los condenados por delitos religiosos. Los reos eran paseados descalzos, ataviados con el sambenito y portando un cirio encendido. A menudo, tras la ejecución de la sentencia, el sambenito se exponía públicamente para que sirviera de ejemplo y escarnio para la familia del reo; de ahí viene la conocida expresión “colgar el sambenito”.

La caminata continúa bajando relajadamente hacia el río, entre estrechas callejuelas medievales que hacen de mirador entre pared y pared. Rodeados de casas señoriales, distinguiréis el puente internacional que une Galicia con Portugal y por el que pasa el tren hacia Santiago de Compostela. Os parecerá que estáis en otra época y entenderéis por qué Tui fue declarada Conjunto Histórico Artístico. Antes de abandonar el casco antiguo, entrad en las tabernas y mesones para saborear la gastronomía gallega y, sobre todo, las angulas del Miño, que cuentan con su propia fiesta gastronómica durante la festividad de San Telmo, coincidiendo con la Pascua.

Continuamos nuestra ruta por la parte gallega de la desembocadura del Miño, hacia Tomiño,  para visitar la Fortaleza de Goián o de San Lourenzo. Este recinto forma parte de un conjunto de construcciones defensivas a ambas orillas del Miño, en la llamada Raia Húmida. Todas están datadas en la Época Moderna y son fruto de la Guerra de Independencia de Castilla emprendida por Portugal en 1640. En concreto, la de Goián está situada encima del primitivo Forte da Barca. Aunque de pequeña dimensión, presenta una estructura perfecta y simétrica.

Antes de dirigirnos hacia A Guarda, merece la pena hacer un alto en el camino para visitar el conjunto etnográfico de los molinos de Folón y de Picón, en el municipio de O Rosal. Si tenéis tiempo, haced el recorrido de 3,5 km que une los 67 molinos hidráulicos de los s. XVII y XVIII y observadlos en perspectiva, con su disposición en escalera para aprovechar la fuerza del agua.

Llegamos ahora al ayuntamiento de A Guarda y acabamos esta primera jornada visitando el extremo más suroccidental de Galicia. Este municipio, junto con el de O Rosal, se encuentra en el estuario del Miño, un extenso humedal de gran valor ecológico que divisaréis bien desde el castro de Santa Trega, situado cerca de la cumbre del monte. Solo con poner los pies en este recinto recrearéis la vida de nuestros antepasados. Algunos de los restos excavados han sido recuperados, como los castros de planta circular en los que se aprecia la distribución de las viviendas prehistóricas con su típico techo vegetal. También hay casas rectangulares, con esquinas redondeadas, por influencia de los romanos. Aunque os parezca un poblado caótico, hay un orden lógico alrededor de “unidades familiares” que os podríais animar a descubrir; así como los petroglifos que se encuentran fuera y dentro del recinto, o la Pedra Furada (Piedra Agujereada), una gran roca hueca con una ventana natural. Es posible que aquí viviesen hasta cinco mil personas. Tenían una economía autónoma y también elaboraban cerámicas, joyas, tejidos e instrumentos a los que podréis ponerles forma en el museo arqueológico situado en el pueblo.

El broche final a esta jornada podemos ponerlo viendo atardecer en alguna de las terrazas del pueblo mientras degustamos una langosta fresca, cuya fiesta gastronómica se celebra en julio.

Día 2º

Desde el estuario, avanzamos en esta segunda jornada hacia el norte por una inusual y recta costa que contrasta con las sinuosas rías gallegas. De camino a Baiona, podéis hacer una parada en el convento de Oia, fundado en 1137. Su silueta parece la de un castillo-fortaleza a las orillas del mar. De hecho, en diversas ocasiones ejerció de bastión defensivo.

Esta función también la tuvo la antigua fortaleza de Monterreal, ya en la villa de Baiona. El edificio fue amurallado en el s. XIV para defenderse de los continuos ataques enemigos y hoy en día es sede de un Parador Nacional de Turismo. Para acceder al recinto, atravesad una gran puerta del s. XVII y después dad un paseo por la base para sentir la esencia marítima de esta villa. Una curiosidad es que este fue el primer puerto de Europa que recibió la noticia del descubrimiento de América. Aquí encontraréis una réplica de la carabela Pinta, que arribó a Baiona el 1 de marzo de 1493. Las terrazas del puerto, con bonitas vistas al Real Club Náutico de Baiona, invitan a hacer una parada y descansar un poco. De paso, aprovechad para degustar un delicioso arroz con bogavante en alguna de ellas.

Visitad después el puente románico de A Ramallosa, que cruza el río Miñor y divide Baiona y Nigrán. Debajo del puente, hay un peto de ánimas y en la mitad un cruceiro en el que descubriréis la imagen de San Telmo. Incluso hace unos años, las mujeres con embarazos malogrados mojaban esperanzadas el vientre con el agua del río a las doce de la noche. El conjuro solo se cumplía si además llevaban de padrino del niño a la primera persona que cruzaba el paso.

Subimos ahora al monte del Doce nome de Xesús, en el municipio de Ponteareas, donde volveréis a revivir la prehistoria en el castro de Troña. Vuestro viaje estará acompañado por una frondosa bóveda vegetal formada, en su mayor parte, por inmensas mimosas, lo que os dará la impresión de estar atravesando un túnel del tiempo. Este antiguo poblado también está vinculado a las creencias y al folklore popular debido a la importancia que tuvo como enclave estratégico. Murallas, foso y parapetos forman un complejo sistema defensivo a unos 280 metros sobre el nivel del mar que refuerza esta idea. Su origen y ocupación se sitúa entre el s. VI a. C. y el s. II d. C. y actualmente hay excavadas unas treinta construcciones, además de encontrarse interesantes restos arqueológicos.

Después de este intenso recorrido de dos días, una buena forma de darlo por finalizado es acercarse a una de las principales villas termales de España: Mondariz-Balneario, la cual mantiene todo el encanto de sus años de esplendor durante la Belle Époque. Allí, el poder terapéutico del agua os dejará una relajante sensación para evocar todas las experiencias vividas.

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